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Una de las primeras lecciones que los operadores de bonos novatos han conseguido entender es que nunca deben luchar contra la Fed.
La capacidad de la Reserva Federal estadounidense de hacer reaccionar a los mercados es legendaria. Ahora mismo, está impulsando el precio de prácticamente todos los activos.
Desde principios de julio, el oro, las materias primas y el índice S&P 500 han subido un 13%, mientras que los bonos del Tesoro a diez años se han revalorizado un 5% aproximadamente.
Los que opinen que esta tendencia no es nada habitual, están en lo cierto. Aparte del hecho de que estos activos suelen moverse en distintas direcciones, sólo ha habido cuatro trimestres tan sólidos y sincronizados desde 1970.
Como cabría esperar, todos ellos terminaron mal en el caso de, al menos, uno de los activos, como recuerda Dhaval Joshi, de RAB Capital. Lo que puede que resulte sorprendente es que las acciones salieron bien paradas en todos los casos, con un incremento medio superior al 20% al año siguiente. Los bonos no corrieron la misma suerte; su rentabilidad media subió 1,25 puntos porcentuales.
¿Volverá a repetirse la historia? Todo depende de la Fed. Las expectativas de la nueva fase del programa de relajación cuantitativa, QE2, están detrás de las oscilaciones en los precios. Los bonos se han revalorizado porque el QE comprará deuda; el oro ha subido porque el dólar se ha devaluado, lo que aumenta el riesgo de inflación; y las acciones han escalado posiciones, a la espera de que los bonos corporativos se beneficien de unos intereses de la deuda inferiores.
Esta tendencia no podrá sostenerse durante mucho tiempo. El oro necesita que el temor a la inflación se mantenga para sostener su incremento. Los bonos, en cambio, se alimentan de los temores de deflación, y las acciones se sitúan en medio. Es posible apostar a una deflación a corto plazo y a una inflación a largo plazo; de esta forma, la evolución del oro y los bonos sería compatible.
Sin embargo, esta tendencia difícilmente coincidirá con la subida de las acciones. Algún activo tiene que ceder. Por ahora, se trata del dólar. Pero incluso su evolución podría cambiar, si las expectativas en torno a la actuación de la Fed en noviembre resultan equivocadas. Este riesgo se puso de manifiesto el jueves, cuando la libra esterlina superó el nivel de 1,60 dólares, después de que el Banco de Inglaterra no anunció más medidas de relajación cuantitativa. Cualquier retraso de la Fed, beneficiaría al dólar y perjudicaría al resto.
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