Hubo una época en los que los países con el patrón oro competían para mostrar su compromiso por un “dinero sólido”. Hoy en día, la competencia camina en otra dirección: crear más dinero y debilitar las divisas. El ministro de Finanzas brasileño ha hablado de una “guerra de divisas internacional”.
El presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, advirtió esta semana sobre la práctica de utilizar divisas como arma política. Una cosa es desear la devaluación de la moneda de un país y otra muy distinta es provocarla.
La vieja táctica de recortar los tipos de interés se ha utilizado hasta la saciedad; esta semana, Japón rebajó sus tipos hasta una franja del 0-0.1%. No obstante, resulta complicado crear un diferencial de rentabilidad importante dentro del mundo desarrollado, cuando los tipos están en el 1% o por debajo en casi todos los países. Tanto japoneses como suizos han buscado la intervención en las economías desarrolladas. Pero cabe preguntarse si ésta funciona mejor cuando los bancos centrales coordinan sus compras y qué país va a ayudar a otro a devaluar su divisa.
Aquí se plantea la alternativa de la relajación cuantitativa (QE, en sus siglas en inglés), que consiste en imprimir más dinero para comprar activos. Esta estrategia suele presentarse como una táctica para estimular la economía interna, rebajando el coste de financiación e inyectando más dinero en el sistema bancario. Pero la impresión de más moneda en un país debería, si el resto de factores sigue igual, devaluar su precio frente a otras divisas. En los últimos dos años, buena parte del mundo desarrollado ha puesto en práctica la QE de una u otra forma. (El BCE, lo ha hecho en menor grado que sus competidores, lo que ayuda a explicar la relativa fortaleza del euro).
Algunos consideran que esto es una QE competitiva, un juego para demostrar que “yo puedo emitir más dinero que tú”. Muchos inversores creen que la Reserva Federal se verá obligada a introducir otra ronda de QE, quizás en noviembre.
La perspectiva de QE ayuda a explicar por qué el oro, las acciones y los bonos del Estado registran una buena evolución de forma simultánea. Los que invierten en oro están comprando lingotes por la sencilla razón de que los bancos centrales parecen comprometidos a imprimir más moneda: temen que eventualmente esto conduzca a la inflación. Los mercados de valores se muestran optimistas, convencidos de que la QE fomentará la reactivación de la economía, descartando la perspectiva de una segunda recesión.
Mientras, la rentabilidad de los bonos del Estado ha caído, porque los bancos centrales parecen gastar casi todo el dinero de la QE comprando la deuda de sus propios países. Los operadores creen que los bancos centrales han fijado un suelo por debajo de los precios de los bonos. Por tanto, podría pensarse que la QE es una especie de panacea que ayuda a que los precios de todos los activos se incrementen.
Eso podría ayudar a explicar por qué el oro y los bonos del tesoro han registrado una evolución tan sólida en el tercer trimestre. Este fenómeno no es nada habitual. Dhaval Joshi, de RAB Capital, recuerda que, desde 1980, sólo ha habido otros cuatro trimestres en los que el oro, las acciones y los bonos del Tesoro se revalorizaron de forma simultánea. Cabría preguntarse por qué los inversores de bonos no se muestran más alarmados ante el proceso de impresión de dinero.
Una posibilidad es que, ante unas perspectivas de inflación o deflación, como consecuencia de una crisis de deuda, los inversores se dedican a comprar oro para protegerse de la primera, y bonos para protegerse de la segunda. Sea como fuere, no parece probable que esta fortaleza simultánea del precio del oro, las acciones y los bonos vaya a prolongarse durante mucho tiempo. Joshi recuerda que en los otros cuatro trimestres, al final se produjo una caída del precio de la deuda. La fortaleza del oro y del precio de las acciones tampoco tiene por qué ser compatible. David Ranson, de Wainwright Economics, ha estudiado la relación entre los dos activos desde 1824.
Hay quien puede pensar que las acciones, gracias a los vínculos con la economía real, evolucionan bien frente a la inflación, pero los datos nos dicen lo contrario. Cuando el oro subió más del 20% en un periodo de cinco años, la rentabilidad de las acciones de empresas estadounidenses con capitalización alta no superó el 2,1%. Y, cuando el oro cayó más de un 20%, la rentabilidad media de esos grupos alcanzó el 99%. Aunque los precios de los activos estén altos, hay riesgos potenciales. La devaluación competitiva es un sistema intrínsecamente inestable, ya que, tarde o temprano, alguien acaba perdiendo su cuota en el comercio mundial. Y una política para fomentar las exportaciones puede acabar convirtiéndose en un bloqueo a las importaciones.
0 comentarios: