09 noviembre 2010

Por qué las empresas tecnológicas necesitan la disciplina que imponen los dividendos


Cuando Cisco anunció el mes pasado que comenzaría a pagar dividendos a sus accionistas, daba la sensación de que años de insistencia de Wall Street hubieran dado por fin resultado. La cesión a la gran disciplina financiera del pago regular de dividendos parecía apuntar a que otra empresa tecnológica adicta a acumular liquidez (en este caso 40.000 millones de dólares (28.495 millones de euros)) estaba creciendo.

¿Cómo ha reaccionado la bolsa desde entonces? Las acciones de Cisco se han comportado peor que el Nasdaq Composite.

Esta es la situación en el sector tecnológico. Los inversores ha acosado a las empresas durante la mayor parte de la década para que repartan más dinero y acepten el yugo del pago regular de dividendos. Poco bien les ha hecho.

El Anexo A de esta historia es Microsoft. Desde que anunciara por primera vez el pago de un dividendo a principios de 2003 –un hito que transformó la percepción de Wall Street sobre la compañía– su valor ha crecido un escaso 2%. El Nasdaq ha subido un 83% en el mismo período.

Las acciones de Oracle, que anunció su primer pago de dividendos a principios del año pasado en medio de una severa recesión, no fue capaz de mantener el ritmo del mercado, al menos hasta el repunte de los últimos meses. Los dividendos no son una fórmula mágica, pero podría haberse esperado una respuesta más agradecida.

No cabe duda de que las empresas tecnológicas destinan miles de millones de dólares a la recompra de acciones, así que los dividendos no deberían verse como algo aislado. Pero existen tres motivos razonables para comprometerse a efectuar un pago regular en líquido a los accionistas: las tecnológicas han fallado en todos ellos.

Uno es atraer a una nueva clase de inversor. Teniendo en cuenta que el rendimiento de la renta fija está en niveles extremadamente bajos, las empresas con un sólido y fiable flujo de caja están en posición de expandir su base accionarial. Sin embargo, incluso pese a subir su dividendo un 25% en septiembre, el rendimiento por dividendo de Microsoft es de sólo un 2,3%.

Tras rebajar el ráting de las acciones de la compañía el mes pasado, Goldman Sachs dijo que la empresa de software tendría que aumentar el rendimiento hasta en torno al 5% si realmente quería atraer a un nuevo grupo de inversores. Esto la situaría por encima de muchas grandes empresas de servicio público, y de la tabacalera Philip Morris –una comparación que Microsoft, a la que aún le gusta considerarse un grupo en crecimiento, no buscaría–.

La mayoría del resto de tecnológicas ofrecen rendimientos aún inferiores, situándose en el caso de Oracle y de Hewlett-Packard por debajo del 1%.

Un segundo motivo reseñable para el pago de dividendos es su uso como señal de valor. Los gestores pueden emplearlo para proyectar confianza en momentos difíciles, como hizo Oracle el año pasado. Pero si los pagos son mínimos, resulta difícil dar importancia al mensaje. HP ha mantenido el mismo dividendo desde 1998, en lo bueno y en lo malo.

Tercero, y tal vez lo más importante, los dividendos acentúan la disciplina financiera, sirviendo de recordatorio de que el dinero pertenece en última instancia a los accionistas. Si nos remontamos a 2003, Microsoft había caído en desgracia por los 10.000 millones de dólares de pérdidas que había sufrido a consecuencia de malas inversiones en empresas de cable y telecomunicaciones durante la burbuja. Bill Gates explicó a Financial Times que el error servía de “escarmiento”.

Desde entonces, Microsoft ha acumulado pérdidas combinadas similares de sus divisiones de Internet, videojuegos y software móvil. Es posible que algunas de estas divisiones den beneficios –el negocio de videojuegos al menos es rentable– pero, para Wall Street, el proceso difícilmente sea una señal de disciplina.

Detrás de todo esto reside una incómoda verdad para las empresas tecnológicas prósperas. En última instancia, la transición de grupo en crecimiento a lo que el mercado consideraría una apuesta de valor es dolorosa, y con frecuencia tarda varios años en completarse. A menudo, la decisión de pagar dividendos se toma en una fase temprana de esta transición. Esto explica por qué muchos empresarios tecnológicos se muestran instintivamente reacios a la idea: es como confesar su propia mortalidad.

Cisco es el último en enfrentarse a este dilema. Aún disfruta de envidiables márgenes superiores al 60% y de un crecimiento de dos dígitos. Pero también se enfrenta a un agresivo rival chino, Huawei, y ha optado por buscar el crecimiento en áreas donde los márgenes son mucho más estrechos –la electrónica de consumo y los servidores informáticos–.

Pero hay luz al final de este túnel, como sugiere el caso de IBM. Big Blue tiene poco que mostrar con respecto al crecimiento, pero ha encontrado un rentable nicho en la venta de software para el sector industrial, donde tiene importantes clientes. Después de rebajar su dividendo a principios de los años 90, IBM ha aumentado sus pagos durante los últimos 15 años, acelerando recientemente el ritmo. Los esquemas financieros a cinco años que elabora sobre Wall Street son un signo de disciplina fiscal. Durante gran parte de las dos últimas décadas, el sector tecnológico ha visto en IBM una advertencia de cómo las grandes compañías pueden perder su relevancia conforme evoluciona la tecnología. En el futuro, será cada vez con más claridad un modelo.

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