13 enero 2011

Contribuyentes españoles: cornudos y apaleados

Muchos españoles nos sentimos bastante molestos cada vez que desde el Gobierno se nos dice que en nuestro país se pagan muy pocos impuestos y que éstos deberían subir para acercar nuestra presión fiscal a la de otras naciones europeas. Para quienes hemos cumplido ya algunos años, esta obsesión por elevar los impuestos no tiene, sin embargo, nada de sorprendente, ya que fue el punto de partida de la política fiscal de los gobiernos de González en los años 80.

En aquella época, era lugar común la idea de que si en otros países más ricos que el nuestro se pagaban más impuestos, los ciudadanos españoles deberían darle también más dinero al Estado… porque así vivirían mejor. El argumento puede resultar sorprendente, pero creo que describe con bastante precisión lo que se pensaba entonces en el mundo político.

La actual crisis económica y la recesión, que han hecho caer de forma muy acusada la recaudación fiscal y elevado el déficit público, han contribuido a poner en marcha un nuevo programa de subida de impuestos, que el Gobierno parece dispuesto a justificar con los mismos argumentos que se utilizaron hace ya casi treinta años. De nuevo se nos dice que el problema está en que pagamos pocos impuestos. Y, como unas estadísticas debidamente torturadas son capaces de decirnos casi todo lo que les pedimos, se nos presentan unos datos que parecen confirmar esta tesis. La realidad es, sin embargo, bastante diferente.

Hace sólo algunos días que el Instituto Juan de Mariana publicó un informe muy interesante, que lleva el expresivo título La falacia de los impuestos bajos en España. En él se demuestra, de forma convincente, que no es cierto que en España los impuestos sean hoy muy reducidos. Y se ofrecen, además, unas reflexiones muy interesantes sobre el uso partidista que, desde el poder, se hace de los datos de presión fiscal, que constituye una de la bases de los planes actuales para subir los impuestos.

El concepto de presión fiscal es, aparentemente, muy simple. Esta magnitud se obtiene dividiendo los ingresos tributarios de un año concreto por el PIB del mismo período y nos ofrece así el porcentaje de nuestra renta que el Estado se apropia para el cumplimiento de sus funciones. Pero las cosas no son tan sencillas. En primer lugar, ¿por qué ponemos en el numerador los ingresos tributarios y no el gasto público? La parte de gasto que se financia con deuda no aparece en la presión fiscal. Pero la deuda un día habrá que pagarla. Y la pagaremos –no les quepa duda– con más impuestos.

La forma habitual de calcular la presión fiscal plantea algunos problemas curiosos. Por ejemplo, en una situación de crisis como la actual, cae –como ya hemos dicho– la recaudación fiscal. Y, por tanto, la presión fiscal se reduce. Y en pocos sitios ha caído la recaudación tanto como en España. Así, si en 2007 la presión fiscal era del 43,9% en Alemania y del 41,1% en España, en 2009, mientras la cifra para Alemania era del 44,3%, en España se reduciría al 34,7%. Deducir de estos datos que la presión fiscal en España es muy baja y que, por tanto, conviene subir los impuestos es, simplemente, una insensatez.

Esfuerzo fiscal
Hay un segundo argumento que muestra la escasa solidez de la tesis del Gobierno. Cuando se comparan datos de tributación de naciones con diferencias significativas de nivel de renta, la variable a utilizar no es la presión fiscal, sino el esfuerzo fiscal. Este se calcula, en su versión más conocida –el índice de Frank–, dividiendo la presión fiscal por la renta per capita del país correspondiente.

Esta variable es más adecuada, porque la carga fiscal que soporta una persona que paga al Estado, por ejemplo, el 30% de su renta va creciendo a medida que dicha renta se reduce. Y los datos de esfuerzo fiscal en la Unión Europea del año 2008 que presenta el informe del Instituto Juan de Mariana son muy indicativos en este sentido. De acuerdo con ellos, los ciudadanos de Alemania, Reino Unido, Holanda o Suecia soportan un esfuerzo fiscal inferior al de los contribuyentes españoles.

No sé que es peor en esta campaña en favor de mayores impuestos: si el daño que nos hace en el bolsillo o el intento de crearnos mala conciencia a unos españoles que cada día somos un poco más pobres y entregamos un poco más de nuestra renta a ese Estado que, sin embargo, se muestra insatisfecho de nuestra contribución a sus arcas.

Sinceramente, me parece que nada define mejor nuestra situación que aquella expresión sacada de una vieja historia de Boccaccio para designar a quienes se encuentran en una situación tan triste como es hoy la nuestra: “Cornudos y Apaleados”.



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