Es imposible resistirse a la tentación de imaginar cómo será el mundo después de la batalla que hemos dado en llamar la ‘Gran Recesión’ y de la que esa explosión de libertad que estamos contemplando en el norte de África quizá no constituya sino uno de sus efectos colaterales. ¿Cómo será el mundo para nuestros hijos y nuestros nietos?
Pienso que ya es hora de que hagamos un primer balance destacando las tendencias que pueden servir como epígrafes clasificatorios de los trazos que diferenciarán los tiempos previos de la batalla de los que se avecinan. Estas son las que yo creo entrever: mis hijos tendrán que asumir y manejar una cierta dualidad social asociada a la nunca dormida lucha de clases, aprender a apreciar los valores de la nueva modestia propia de una clase media económicamente estancada y tomar postura ante las tentaciones autoritarias de arreglar de un plumazo problemas o inexistentes o ya viejos.
Comencemos por reflexionar, en primer lugar, sobre cómo será la distribución de la renta en el mundo después de la ‘Gran Recesión’. Podemos mirarla de dos maneras: bien como la desigualdad entre todos los habitantes del mundo (lo que exige agregar, de una u otra manera, la desigualdad entre los habitantes de los diversos países), bien como la desigualdad en países concretos que pueden sentar la pauta, o nos interesan especialmente, pues constituyen nuestro entorno más inmediato.
No me cabe la menor duda de que, en el primer caso, la desigualdad ha disminuido debido a la mejora general de la renta en países que, como China o India, antes aportaban grandemente a la desigualdad. Pero lo que ha pasado en países concretos de occidente, como por ejemplo Estados unidos, Reino Unido o España es otro cantar. De acuerdo con datos de la OCDE, en los EEUU y en otros países considerados ricos el índice de Gini o la curva de Lawrence muestran un empeoramiento de la desigualdad que, sin duda, también ha empeorado si la medimos por el rango de la distribución de la renta, dado que tanto las grandes fortunas como los menesterosos han aumentado significativamente.
Esto genera una dualidad social difícil de manejar políticamente; pero es que, además, la distribución funcional de la renta se ha escorado en contra del trabajo tal como muestran las mediciones agregadas de las participaciones en el output nacional de trabajo y capital generalmente consideradas como constantes.
Aunque podamos decir que muchos capitalistas trabajan y que muchos trabajadores forman parte del capitalismo popular (aunque sólo sea por sus aportaciones a fondos de pensiones), ese escoramiento sostiene una cierta conciencia de clase que habrá de incidir en el desarrollo futuro del sindicalismo, tal como ya parece anunciar la reacción ante la política del tea party que intenta acabar con el sindicalismo en el sector público de Wisconsin.
Sin embargo, y mientras los datos no me lo desmientan, me permito pensar que si olvidamos tanto al grupo de los muy ricos como al de los desheredados, los que quedan en el medio se verán a sí mismos como más iguales entre sí. En este sentido limitado, la crisis habrá contribuido a acotar la dualidad social. Por un lado, el grupo de los muy ricos se habrá convertido en un grupo de extravagantes sin relevancia alguna para los desarrollos que podemos esperar en el ámbito de lo social.
La industria del lujo, que tan bien ha resistido la recesión, perderá su brillo social al no servir de espejo en el que se miran con envidia las clases medias. Por otro lado, el grupo de los desheredados constituirá una carga fiscal con la que el gran grupo central tendrá que contar y que condicionará las tendencias que seremos capaces de percibir.
Nueva clase media
Examinemos, pues, a ese gran grupo del que formarán parte algunos de nuestros hijos y muchos de nuestros nietos. Los tiempos en que estos descendientes vivirán sus vidas mostrarán dos características sobresalientes.
En primer lugar, será la primera vez en la que la tentación del autoritarismo habrá sido de facto eliminada de la vida política de los distintos países. Esto es así porque ese autoritarismo ‘animoso’ que hemos visto surgir aquí y allí dispuesto a arreglar los problemas con la falta de decoro de quienes se saben elegidos, ya no se escuchará por esa enorme clase media que lo considerará cosa de una clase inane de enriquecidos nostálgicos de una organización social poco democrática.
En segundo lugar, toda la savia social vendrá de este grupo de la nueva clase media, cuyos hijos participarán de dos formas de vida características de los tiempos que surgirán de la desolación postbatalla. Serán tiempos de austeridad y de amateurismo.
Las nuevas maneras de control social, puestas en funcionamiento por parte de agencias reguladoras y supervisoras surgidas de la batalla, eliminarán las oportunidades de enriquecimiento rápido y encumbrarán un cierto buen gusto reflejado en la ausencia de excesos y en la solidaridad con los desfavorecidos. Y esto será tanto más así cuanta más razón tengan P. Krugman (Degrees and Dollars, NY Times, 6 de marzo) y T.Cowan (The Great Stagnation, Penguin eSpecial, Dutton) en su apreciación respectiva de que la educación dejará de ser una escalera social y de que los próximos incrementos de productividad no serán llamativos.
Creo entender, por otro lado, que nuestros nietos se habrán acercado curiosamente al ‘paraíso comunista’ de La Ideología Alemana de Marx. Algo relacionado con la falta de alienación, desde luego, pero sobre todo con la conversión de las preferencias.
De ellas habrán desaparecido el deseo de crecer sin tasa y de duplicar la renta de cada generación y nos encontraremos con la serenidad de una especie de estado estacionario que hará “cabalmente posible que pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar… Sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador,…”.
Esto se logrará mediante una forma de trabajo amateur hecha posible mediante la formación de pluriespecialistas (¡sic!) que se verán a sí mismos como remedos de un vividor Oscar Wilde curiosamente modesto y extrañamente solidario.
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2 comentarios:
Despues de la crisis, no veremos nada es decir viviremos como ahora sobre todo en España, se crearan varios guetos, uno de inmigrantes, otro de parados, el más fuerte con pequeños subsidios y trabajos temporales, y finalmente una clase privilegiada, segmentada entre políticos, funcionarios, y directivos de empresas, públicas, repartiendose las subvenciones y ayudas europeas.
Buen diagnóstico, tiene toda la pinta de ser así, pero ¿ y lo vamos a permitir???? no lo creo.