Los inversores esperan y temen la deflación. Esa, al menos, es la explicación común para la baja rentabilidad actual sobre los bonos gubernamentales. Es posible, pero en EEUU y Reino Unido estos mercados registraron rendimientos más altos durante la Gran Depresión, cuando la deflación era real y profunda, y no sólo una posibilidad. Podría tratarse de un caso de lo que los economistas denominan represión financiera.
La represión en cuestión (un reciente comunicado de Morgan Stanley la denominó opresión) la provocan los gobiernos que consideran que obtienen pocos ingresos fiscales y optan por usar sus poderes coactivos para compensar ese déficit. El medio puede consistir en una rudimentaria devaluación de la divisa –añadiendo cobre a las monedas de plata o imprimiendo sencillamente dinero para pagar las facturas–. El resultado final es inflación, que acaba con las deudas gubernamentales y alivia los problemas de los endeudados votantes. Pero los consumidores e inversores precavidos podrían simplemente declararse en huelga.
Existen técnicas represivas más sutiles. Por ejemplo, los bancos centrales (incluso supuestamente los independientes) pueden fijar tipos de interés artificialmente bajos (por buenos motivos económicos). Lo más probable es que esto se traduzca en un menor gasto gubernamental y burbujas de precios de los activos, que generan ingresos fiscales de las plusvalías. Los impuestos parecen un pequeño precio a pagar por los beneficios –una represión disfrazada de liberación–.
Los estallidos de las burbujas generan pérdidas, pero los gobiernos disponen de otro medio para exprimir a los mercados financieros –mediante una combinación de altos déficit y el habitual funcionamiento del sistema bancario moderno–.
El gasto deficitario ingresa dinero en las arcas de los bancos, que en su mayor parte se presta –lo que multiplica el suministro de dinero–, mientras que otra gran parte se invierte en deuda gubernamental. Los bancos y otros inversores deberían colocar teóricamente el dinero generado por el déficit y multiplicado por los bancos en acciones de mayor rentabilidad, pero las prudentes, y también represivas, regulaciones gubernamentales les empujan hacia activos supuestamente de bajo riesgo. Los rendimientos caen a niveles deflacionistas. La represión financiera es siempre una clase de impuesto oculto. Es posible que, en este momento, los compradores de bonos lo estén pagando.
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