Europa ni empieza en los Pirineos, ni acaba en Bruselas. El proyecto de la UE no ha sido el único intento de unificar políticamente al continente, ni será tampoco el último. El primer secretario de la Alianza Atlántica, Lord Ismay, definió con el brillante cinismo típico de un británico el propósito de la OTAN: “Tener a los americanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes debajo”.
Puede que no se recuerde hoy, pero si le preguntaran a los padres fundadores de lo que es hoy la Unión Europea, en su momento la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) y el Mercado Común (CEE), las razones para su lanzamiento no serían muy distintas: mantener a los demonios alemanes bajo control gracias a las ataduras supranacionales.
Y si el experimento resultó exitoso no fue debido ni a la sagacidad ni a la generosidad de aquellos líderes políticos, ni a los beneficios institucionales de la nueva Europa. Fue debido a dos factores exógenos: la Guerra Fría y el indiscutible liderazgo de Estados Unidos. Pues bien, ambas cosas son ya cuestiones del pasado. Por un lado, la caída del bloque del Este y de la URSS conllevó la reunificación de Alemania.
La factura de poner fin a seis décadas de destrucción comunista en el Este hizo que, durante más de una década, la nueva Alemania no pudiera ejercer de lo que era, la principal potencia económica y demográfica de Europa. Pero ese corsé también se ha acabado y la Alemania de 2011 empieza a jugar como la potencia hegemónica que objetivamente es. Le dice “no” a Francia y Reino Unido en la guerra de Libia, donde no participa, e impone su criterio frente a la crisis de deuda en la que estamos instalados. Es más, también se atreve a decirle no a la América de Obama.
Durante décadas, el contrapeso a Alemania dentro de Europa fue Francia. Oficialmente eso se acabó con la mal llamada Constitución Europea, donde todos los mecanismos de decisión allí instituidos ya favorecían a Alemania. La respuesta a la crisis griega no ha hecho sino marginar aún más a Francia y establecer nuevos mecanismos informales de influencia alemana en la UE.
De hecho, podría decirse que la UE se ha germanizado. Y con ello volamos el mito de una Europa a dos, tres o cinco para volver a la de siempre: un continente bajo la batuta de una potencia hegemónica.
El inestable equilibrio intraeuropeo lo habían sostenido, consciente o inconscientemente, los americanos. Toda vez que la América de Obama se desentiende del Viejo Continente, son nuestros fantasmas los que quedan sueltos.
Y la realidad siempre acaba por imponerse a los deseos. En el verano de 1990, el profesor de la Universidad de Chicago John Mearsheimer publicó un incisivo ensayo titulado Regreso al Futuro. Allí avisaba de que Alemania sería imparable en el futuro. Acertó. También predecía una Europa sumida en la inestabilidad y el caos.
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