01 agosto 2011

¿Está el oro en declive?



Estados Unidos se salvó de colapsar en una ruinosa anarquía cuando en las últimas horas del 19 de julio su presidente respaldó un programa del Senado para reducir el déficit. Al parecer, los legisladores están a pocas semanas de alcanzar una mejoría de 4 billones de dólares en las finanzas públicas y reformas a los programas sociales y el código tributario.
Para los inversores en oro, fue un revés menor. El precio de su metal precioso se ha multiplicado por seis en una década y el 19 de julio superó los 1.600 por onza. Al día siguiente, perdió 20 dólares antes de recuperarse. Más problemas podrían estar por llegar. Fuentes informadas dicen que aún falta que corra mucha sangre.
El oro, en ausencia de temores neuróticos, es una inversión paupérrima. En 2001, la última vez que EEUU registró superávit, el metal se vendía por apenas 300 dólares la onza, ajustado a la inflación, después de un declive de dos décadas. Desde entonces, los ataques terroristas de ese año, las guerras, el estallido de las burbujas bursátil e inmobiliaria, el derroche y las reyertas lo han hecho subir todavía más. Los fondos que cotizan en bolsa han ayudado. Una inversión en oro solía requerir un poco de investigación respecto a dónde comprarlo y dónde guardarlo. Ahora, cualquiera que se asuste por una conspiración entre (George) Soros, (Barack) Obama y Marx (Karl) simplemente puede llamar a su corredor de bolsa.
Por supuesto, el alza del precio del oro sirve para justificar la angustia de la gente, y como una razón para comprar más oro. Y los asesores que lo promocionan encuentran una audiencia dispuesta.
Pero considere, por un momento, algunas cosas que podrían salir mal.
En primer lugar, la inflación podría no dispararse. Los excesos del gobierno, de los cuales ha habido muchos, se supone que llevan a la emisión de dinero y a un alza de los precios. Sin embargo, los precios al consumidor cayeron en junio. Están un 3,6% más altos que el año pasado, pero solamente porque los de la energía ascendieron el 20% y esos comenzaron a caer.
En segundo lugar, el oro podría resultar ser un pésimo refugio contra la inflación. Después de todo, la inflación resulta en un incremento en el precio de los productos comunes por lo que una manera común de combatirla es tener esos bienes comunes. El oro no tiene el mismo valor práctico que el petróleo, el maíz, el cobre o el acero. Su conexión histórica con la riqueza viene solamente de un puñado de características químicas que lo hicieron ideal para la tarea de hacer monedas a mano mucho antes de la era de los bancos centrales y las casas de moneda. Ningún país usa el oro como dinero o tiene planes de hacerlo.
Tercero, EEUU podría no hundirse. La deuda no llegará a niveles récord como porcentaje de la economía hasta 2025 en un escenario pesimista y el país gasta mucho más que sus pares ricos en categorías como salud pública y defensa, lo que sugiere que puede ahorrar mucho sin sacrificar demasiado una vez que Washington empiece a sentir los efectos, como podría pasar ahora.
Además, las guerras podrían apaciguarse, la economía podría seguir débil pero estable, el presidente podría resultar ser una persona decente más que un saboteador y las rabietas del Tea Party podrían resultar en serios recortes de gastos. El oro podría incluso perder algunos fans. En otras palabras, podría resultar que EEUU está bien, y eso no sería muy bueno para el oro. Muchos de quienes poseen el metal no solamente están cuerdos sino que son expertos, pero temo que su buena racha fue amplificada.
No hay una manera matemática de demostrar que el oro está caro. Las compañías tienen flujos de caja, los inmuebles generan renta y las máquinas tienen una utilidad, pero el oro sólo tiene su brillo. No obstante, hay un par de señales inquietantes. En primer lugar, esos fondos que cotizan en bolsa han acumulado tanto del metal como puede extraerse en un año, lo que deja un gran suministro disponible para su venta rápida. En segundo lugar, los precios de las acciones de las empresas que extraen oro han estado notoriamente por detrás que los del metal. Las mineras se han vuelto menos atractivas para los fanáticos del oro, argumentó The Economist en junio, porque están asegurando precios, reduciendo el gasto en producción y diversificándose a otros metales. Cuando las mineras de oro se muestran cautelosas con respecto al metal, eso es probablemente un signo negativo.
Su máximo ajustado por inflación de comienzos de los años 80 superó los 1.800 dólares. Entonces, si 1.600 dólares equivale a una burbuja, es una a medias.
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La dominante Alemania


Europa ni empieza en los Pirineos, ni acaba en Bruselas. El proyecto de la UE no ha sido el único intento de unificar políticamente al continente, ni será tampoco el último. El primer secretario de la Alianza Atlántica, Lord Ismay, definió con el brillante cinismo típico de un británico el propósito de la OTAN: “Tener a los americanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes debajo”.
Puede que no se recuerde hoy, pero si le preguntaran a los padres fundadores de lo que es hoy la Unión Europea, en su momento la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) y el Mercado Común (CEE), las razones para su lanzamiento no serían muy distintas: mantener a los demonios alemanes bajo control gracias a las ataduras supranacionales.
Y si el experimento resultó exitoso no fue debido ni a la sagacidad ni a la generosidad de aquellos líderes políticos, ni a los beneficios institucionales de la nueva Europa. Fue debido a dos factores exógenos: la Guerra Fría y el indiscutible liderazgo de Estados Unidos. Pues bien, ambas cosas son ya cuestiones del pasado. Por un lado, la caída del bloque del Este y de la URSS conllevó la reunificación de Alemania.
La factura de poner fin a seis décadas de destrucción comunista en el Este hizo que, durante más de una década, la nueva Alemania no pudiera ejercer de lo que era, la principal potencia económica y demográfica de Europa. Pero ese corsé también se ha acabado y la Alemania de 2011 empieza a jugar como la potencia hegemónica que objetivamente es. Le dice “no” a Francia y Reino Unido en la guerra de Libia, donde no participa, e impone su criterio frente a la crisis de deuda en la que estamos instalados. Es más, también se atreve a decirle no a la América de Obama.
Durante décadas, el contrapeso a Alemania dentro de Europa fue Francia. Oficialmente eso se acabó con la mal llamada Constitución Europea, donde todos los mecanismos de decisión allí instituidos ya favorecían a Alemania. La respuesta a la crisis griega no ha hecho sino marginar aún más a Francia y establecer nuevos mecanismos informales de influencia alemana en la UE.
De hecho, podría decirse que la UE se ha germanizado. Y con ello volamos el mito de una Europa a dos, tres o cinco para volver a la de siempre: un continente bajo la batuta de una potencia hegemónica.
El inestable equilibrio intraeuropeo lo habían sostenido, consciente o inconscientemente, los americanos. Toda vez que la América de Obama se desentiende del Viejo Continente, son nuestros fantasmas los que quedan sueltos.
Y la realidad siempre acaba por imponerse a los deseos. En el verano de 1990, el profesor de la Universidad de Chicago John Mearsheimer publicó un incisivo ensayo titulado Regreso al Futuro. Allí avisaba de que Alemania sería imparable en el futuro. Acertó. También predecía una Europa sumida en la inestabilidad y el caos.
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